Capítulo 9: De mal en peor...
ANAHÍ
Seguí a la sirvienta por un largo pasillo decorado con figuras y cuadros de estilo modernista. ¿Cuánto tiempo se tardaría en limpiar aquella casa? La mujer se detuvo cuando llegamos ante una gran puerta de madera maciza, llamó dos veces y luego entró.
-Señora, la chica de la entrevista ya está aquí.
-Que pase- Contestó otra voz femenina en el interior.
La sirvienta me miró y con una sonrisa me indicó que pasara, así que le hice caso. La sirvienta cerró la puerta cuando entré y me quedé sola en un inmenso despacho cara a cara con una mujer de unos cuarenta años que estaba sentada tras una mesa. Tenía el pelo rubio recogido en un moño y los ojos azules le brillaban cuando habló:
-Tú debes de ser Anahí Pierce, ¿me equivoco?
-No, señora- No sabía por qué, pero esa mujer me infundía mucho respeto.
La mujer sonrió y me indicó que me sentara en una de las sillas que había enfrente. Mi curiosidad me insistía en que mirara a mi alrededor y observara la estancia, pero sabía que no podía hacerlo, al menos no delante de aquella mujer.
-Michael y Anne me han dicho que estabas interesada en obtener un trabajo los fines de semana, ¿correcto?
-Así es.
-Bueno…- Me miró durante un momento antes de seguir:- Tengo un puesto vacante si te interesa.
-Claro que sí- Asentí con la cabeza- Haré lo que sea- ¿Lo que sea? Anahí, no digas cosas de las que luego te puedas arrepentir…
-Me alegra oír eso- La señora sonrió- Puedes empezar a trabajar hoy mismo.
Los ojos casi se me salen de las órbitas, ¿ese mismo día?
-Toma- La señora se levantó y pude comprobar que era muy alta, y además llevaba tacones de aguja, lo que la hacían llegar por lo menos al metro ochenta. Se acercó a un sofá (que no me había percatado de que estaba ahí) y cogió un uniforme de sirvienta que colgaba de una percha- Aquí tienes- Me tendió el uniforme y yo me levanté para cogerlo- Este será tu uniforme- Suspiró y volvió a sentarse en su asiento y yo hice lo mismo- Puedes dormir aquí los viernes y los sábados para no tener que trasladarte, tendrás una habitación propia con todo lo que necesitas.
-Perfecto- Fue todo lo que dije.
La señora sonrió.
-Por cierto, Anahí, me llamo Joanna, Joanna…
-Ya estoy en casa- Irrumpió una voz masculina desde la puerta que me resultaba extrañamente conocida- ¿Quién es ella?
No… No podía ser… Estaba empezando a obsesionarme…
-Hijo, ella será la nueva sirvienta.
Me giré en el asiento para comprobar que mis oídos no me habían jugado una mala pasada y casi me desmayé cuando vi que la persona que estaba ante mí era el mismísimo Thomas Andews. Thomas tampoco pudo contener la sorpresa y sus ojos se abrieron de par en par a la vez que se le desencajaba la mandíbula.
-Se llama Anahí- Siguió hablando Joanna- Trabajará aquí los fines de semana.
-Mamá, esto no puede ser verdad…- Dijo Thomas aún impactado.
-Te dije que no tardaría en encontrarte a una nueva sirvienta personal.
Las dos últimas palabras permanecieron flotando en mi mente: “Sirvienta personal”.
-¿Disculpe?- Pregunté dirigiendo mi atención a Joanna.
-Serás la sirvienta personal de mi hijo, dado que él sólo está aquí los fines de semana y tú también aprovecharemos- Joanna sonrió y luego miró a su hijo- Además me ahorraré dinero, no tendré que pagarle por estar aquí el resto de la semana sin hacer nada como hacía con las cinco anteriores.
Vale, ahora sí que tenía claro que yo no podía aceptar aquel trabajo. Una cosa era soportar a Thomas en el instituto cinco días a la semana, ¿pero tener que verlo también los fines de semana? ¿Y siendo su sirvienta? De eso nada.
-Señora Andrews, le agradezco mucho el trabajo…
-Puedes ir a instalarte ahora mismo- Me interrumpió- Haz todo lo que mi hijo desee.
-Señora, es muy amable pero…
-Ya has oído a mi madre- Fue Thomas el que habló y yo me giré para mirarlo, confundida- Serás mi sirvienta personal- Thomas tenía una expresión divertida en la cara y sonreía de manera pícara (odiaba que sonriera así)- Ve a cambiarte- Y dicho esto, se marchó.
-Te pagaré por semana- Me dijo Joanna cuando Thomas se hubo marchado- Así que agradecería que te pusieras manos a la obra cuanto antes.
-Sí…Señora…- No pude articular ninguna palabra más.
-¡Elizabeth!- Llamó Joanna.
La sirvienta que me había abierto la puerta entró en el despacho.
-¿Sí, señora?
-Acompaña a Anahí a su habitación, será la nueva sirvienta personal de mi hijo.
-Claro- Elizabeth me miró- Acompáñame.
Me levanté y seguí a Elizabeth fuera del despacho.
-Así que vivirás aquí- Me dijo Elizabeth mientras caminábamos por otro pasillo distinto al de antes.
-Sí, pero sólo los fines de semana- Le expliqué- Durante la semana tengo clases.
-Entiendo- Elizabeth sonrió.
-Elizabeth…- No sabía si era buena idea preguntarle- ¿Cómo es trabajar aquí?
-Bueno- Se encogió de hombros- No es malo- A pesar de que llevaba cofia y el pelo recogido en un moño tapado por esta, pude observar un mechón de pelo castaño que se le escapaba por la frente- Y puedes llamarte Lizz.
-Vale, Lizz- Sonreí, parecía simpática.
Lizz comenzó a subir unas escaleras con forma de caracol y yo la seguí.
-Te enseñaré dónde están las habitaciones- Se paró frente a una puerta- Esta es la habitación del señorito Thomas- ¿Señorito?- Ninguna de las personas que trabajamos aquí tenemos acceso a su cuarto cuando está aquí, se pone hecho una furia si nos pilla limpiando o recogiendo en su presencia- Siguió andando y señaló otra puerta- Este es el salón recreativo del señorito, el cual limpiamos entre semana porque también se enfada; este es el servicio de la primera planta…- Siguió andando y se paró ante una puerta más pequeña- Y esta es tu habitación- Me indicó- La mía está en la segunda planta, junto a la habitación de los señores.
Asentí sin saber qué más decir.
-Cualquier cosa que necesites, ya sabes- Lizz me dedicó una última sonrisa y desapareció por el inmenso pasillo.
Respiré hondo y abrí la puerta del que sería mi nuevo dormitorio los fines de semana. ¿Cómo era posible que mi vida hubiera acabado de esa manera? La habitación era bastante normal comparada con el resto de la casa: una cama individual de sábanas blancas en la esquina izquierda, una mesita de noche con una lámpara, un pequeño armario, una ventana con cortinas y una puerta al lado derecho de la habitación. Me dirigí a esa puerta y la abrí, era un servicio que contaba con lo imprescindible: lavabo, wáter, espejo y plato de ducha. Volví al interior de la habitación y miré el uniforme. Era el típico uniforme de sirvienta, con su delantal blanco y su cofia… Genial, estaba segura de que la cofia me sentaría fatal.
-¿Loca?
Di un bote sobresaltada al oír la voz de Thomas pero él no estaba por ningún lado.
-Loca, te estoy hablando, responde.
Entonces me di cuenta de que la voz procedía de una especie de Walkie-Talkie que estaba sobre la mesita de noche. Me acerqué y busqué el botón que se pulsaba para contestar.
-¿Sí?
-Al fin contestas, ¿por qué has tardado tanto?
-Oye, ¿puedes dejarme respirar un momento?
-Da igual, si has terminado ya de instalarte ven al salón de la primera planta, hay un par de cosas que quiero aclarar contigo.
Quise decirle que no era quién para ordenarme nada, pero entonces recordé que trabaja PARA él. Respiré hondo antes de contestar.
-En seguida.
Me quité la ropa que llevaba puesta y me puse el uniforme. Como era de esperar estaba ridícula con la cofia, así que opté por quitármela y, después, puse rumbo al salón. Llamé un par de veces en la puerta antes de entrar.
-Pasa- Contestó la voz de Thomas al otro lado de la puerta.
Entré y vi que estaba sentado en un sillón con las piernas encima de una mesa de cristal. Cuando me vio, me miró de arriba abajo y luego sonrió.
-Aquí estoy- Me crucé de brazos- ¿Qué querías?
-Uno- Alzó un dedo- Nada de hablarme así en esta casa.
-¿Qué?
-Para ti soy el Señor Andrews- Sonrió ampliamente.
-¿Disculpa?- No podía creérmelo.
-Disculpada- Le quitó importancia con un gesto de la mano- Dos- Alzó otro dedo- Mi madre no se puede enterar que estudiamos en el mismo instituto.
-¿Por qué no?
-Porque durarías aquí menos que una pompa de jabón- Se encogió de hombros- Tres- Alzó otro dedo- Harás todo lo que yo te pida, de buena gana y siempre llevarás encima el Walkie-Talkie por si te necesito para algo.
-¿Estás loco?
-¡Eh!- Me regañó- ¿Recuerdas la norma número uno?- Se levantó del sillón y se acercó a mí.
Tuve que morderme la lengua para no insultarlo.
-Sí, señor Andrews- Contesté de mala gana.
La sonrisa que se instaló en el rostro de Thomas hubiera iluminado el Universo entero, pero yo quise borrársela de un puñetazo.
-¡Muy bien!- Exclamó- Y ponte la cofia- Me cogió la cofia que llevaba en la mano y me la puso en la cabeza- Así, perfecto- Hizo una pausa- ¡Oh! Por cierto, el tema de mi dinero…
-Yo no te he robado nada- Me apresuré a contestar.
-¿Te?
Suspiré, resginada-
-Le, yo no le he robado nada.
-Sé que has sido tú- Me cogió por los hombros y fingió una sonrisa cándida- Pero no te preocupes, te descontaré los doscientos dólares de tu primer sueldo.
Abrí la boca dispuesta a replicar, pero Thomas se me adelantó.
-No digas nada- Negó con la cabeza- No servirá de nada.
Conté hasta diez mentalmente antes de hablar:
-Le agradecería que me dejara ir si no requiere de mis servicios- Dije lo más educada posible.
Thomas sonrió y me cogió la cara con una mano mientras me apretaba los mofletes, siempre había odiado que me hicieran eso.
-Claro que sí, loquita- Volvió a sonreír y se marchó del salón.