Capítulo 10: Dignidad.
ANAHÍ
Volví y a mi habitación y (con todo el dolor de mi corazón porque estaba dejando mi orgullo por el subsuelo) cogí el Walkie-Talkie y me lo enganché en el delantal, casi al segundo la voz de Thomas me habló.
-Prepárame la cena.
-¿No cenas con tus padres?
-Usted, me tienes que hablar de usted… Y no, mi padre está de viaje y mi madre tiene reunión con su partido político.
Me quedé en silencio sin decir nada, ¿cómo iba a prepararle la cena si cocinaba pésimo?
-Tengo haaaaambre…
-Ya lo he oído- Contesté disimulando la irritación.
-Pues date prisa, me gustarían unos camarones fritos con ensalada.
¿Qué? ¿Cómo narices iba yo a cocinar unos camarones?
-Vete ya a cocinar- Me instó.
-Tranquila, Any, tranquila…- Me dije a mí misma sin pulsar el botón de contestar- Sí, señor- Contesté finalmente intentando sonar amable.
-Esa es mi chica…
Miré el Walkie-Talkie, indignada.
-¿Su chica?
Entré en la cocina (inmensa cocina, dicho sea de paso) y me quedé allí parada sin saber qué hacer. Cuando salí de mi estado de shock me dirigí a la nevera y cogí lechuga, tomate y maíz. Decidí empezar por la ensalada para darme tiempo a pensar en cómo me las iba a apañar para hacer unos camarones. La ensalada estuvo lista en cinco minutos y, cuando la hube emplatado, me quedé quieta como un pasmarote.
-¿Y ahora qué?- Me dije a mí misma.
-El señorito te ha dicho que le prepares la cena, ¿no?
Me giré y me encontré con Lizz, que me miraba con una mezcla de compasión y dulzura.
-Quiere camarones- Resoplé- Y no sé cómo hacerlos.
-Es un poco caprichoso…
-¿Caprichoso?- Encarné las cejas y me apoyé contra la encimera- Es un imbécil, egocéntrico, maleducado, consentido, inculto y un zoquete.
Lizz tenía una mueca de evidente sorpresa y diversión en la cara y, cuando abrió la boca dispuesta a hablar, su voz quedó apagada por otra que procedía del Walkie-Talkie.
-Otra vez que vayas a soltar lindezas sobre mí, asegúrate de que tienes el Walkie-Talkie apagado.
Lizz me miró con la boca abierta y yo sentí que me daba un vuelco el estómago… Adiós trabajo.
-Quiero verte en el salón del primer piso ya- La voz de Thomas demostraba que no estaba para nada contento, ni rastro del tono divertido que había tenido horas antes- ¿Me has oído?
-S…Sí, señor- Noté que me temblaba la voz.
Me maldije interiormente. El botón de contestar se había activado cuando me eché contra la encimera…Sería estúpida.
-Creo que tengo que subir- Dije al cabo de un momento que me pareció eterno aunque en realidad sólo fueron unos segundos.
-No te preocupes- Me consoló Lizz pasándome la mano por el brazo a modo tranquilizador- Yo me encargaré de los camarones.
-Gracias- Respiré hondo y me dirigí al piso de arriba.
Conforme iba subiendo sentía que el corazón me latía cada vez más deprisa. Ahora mismo no nos encontrábamos en el instituto, sino que yo me encontraba trabajando PARA él, y acababa de oírme despotricar sobre él. No me había dado cuenta de que ya había llegado a la puerta del salón, así que volví a respirar hondo y llamé dos veces a la puerta.
-Entra- El simple sonido de la voz de Thomas me indicó que me esperaba lo peor.
Abrí la puerta y entré. Thomas estaba de espaldas a mí y, cuando se giró, vi que sostenía un pequeño papel en la mano, ¿sería mi despido?
-Cierra la puerta- Me indicó.
Mierda…
Hice lo que me dijo e intenté controlar los nervios.
-A ver- Comenzó a decir mientras empezaba a andar hacia mí- Veamos- Miró la hojita de papel y comenzó a leer algo que tenía apuntado- Imbécil, egocéntrico, maleducado, consentido, inculto y zoquete- Me miró y alzó las cejas- Son todo halagos viniendo de ti.
Me quedé callada, ¿qué se suponía que debía decir? ¿Qué todo tenía una explicación? ¿Qué había sido un malentendido? Ya, claro, cómo que se lo iba a creer.
-No sé si lo sabes, pero trabajas para mí.
-Lo sé- Dije casi instantáneamente- Soy consciente de ello.
-Oh, eres consciente… - Thomas se cruzó de brazos- Pues nadie lo diría, oyéndote hablar de esa manera…
-Estaba enfadada, me salió solo- Intenté defenderme.
-Estabas enfadada…- Asintió con la cabeza y comenzó a andar dando vueltas a mi alrededor- ¿Sabes qué?- Se paró detrás de mí y me habló en el oído- Yo también estoy enfadado ahora.
Sentí un escalofrío recorrerme la columna vertebral. Thomas siguió andando hasta que finalmente volvió a quedar frente a mí.
-¿Te parecería bien que ahora yo te diera un puñetazo? ¿O que te despidiera simplemente porque estoy enfadado y es lo que me sale?
Agaché la cabeza aunque por dentro me hervía la sangre.
-No tienes bastante con robarme, ¿no?
-Ya le dije que no he robado nada- Por ahí sí que no iba a pasar.
-Me da igual lo que digas- Se quedó mirándome un momento antes de continuar- Estás loca.
-Ya me lo ha dicho en varias ocasiones- Comenté sin poder evitarlo.
Thomas se quedó en esa posición, de brazos cruzados y mirándome con los ojos entrecerrados, durante unos segundos.
-No tienes remedio, ¿verdad?
Ya estaba harta. No tenía por qué seguir oyendo a ese estúpido decirme cosas y tratarme como si fuera una mosca. Vale que tuviera que tenerle un “respeto” en aquella casa porque trabajaba para él, pero no me iba a acusar de ladrona ni hacerme sentir como una basura porque a él le diera la real gana. Si de todas formas me iba a despedir, ¿por qué seguir manteniéndole el respeto?
-¿Y tú?
-Me tienes que hablar de us…
-¡Te tengo que hablar un carajo!- Lo interrumpí- ¡¿Crees que tienes derecho de tratar a los demás como bichos?! ¡¿Cómo si tú fueras el rey de Saba y los demás unos plebeyos?!
Thomas me miraba con los ojos muy abiertos por la sorpresa.
-¿Te das cuenta de cómo me estás hablando?
-¡Claro que me doy cuenta! ¡Y me importa muy poco lo que me digas! ¡No te voy a consentir que me acuses de robar dinero porque si alguna virtud tengo es que soy legal! ¡Preferiría morirme de hambre en la calle antes de robar un mísero dólar a alguien!- Me quedé mirándolo un momento pero Thomas no dijo nada- Podré necesitar este trabajo y el dinero, podré estar muy desesperada, pero la dignidad es algo que nunca perderé, así que te ahorraré trabajo- Cogí la cofia y la tiré al suelo ante la atónita mirada de Thomas- Aquí tienes…- Me quité el delantal y también lo tiré al suelo- Tu estúpido…- Me desabroché el vestido sin importarme quedarme en sujetador y culottes y se lo tiré a la cara a Thomas- Uniforme.
Thomas me miró con la mandíbula desencajada sin saber qué decir y los ojos fuera de las órbitas.
-Ha sido un placer trabajar para usted, señor- Incliné la cabeza y me marché a toda prisa de ese salón.
En cuanto entré en mi habitación comencé a llorar mientras me ponía mi ropa. No sabía lo que me depararía el lunes en el instituto, ni siquiera sabía si Thomas seguiría haciéndome la vida imposible, pero le había dicho todo lo que pensaba y ya no podía hacer más. Me limpié las lágrimas y bajé a la cocina donde sabía que aún estaría Lizz (si no es que toda la servidumbre nos había escuchado gritando y estaban cuchicheando por los rincones), pero no me equivoqué. Cuando entré en la cocina, Lizz estaba terminando de poner unos camarones (que olían deliciosamente bien) en un plato y, cuando me vio con mi ropa de calle, se quedó mirándome sin decir nada.
-¿Te ha despedido?- Me preguntó.
-No quiero hablar de ello- Negué con la cabeza- ¿Tienes teléfono? El mío se ha quedado sin batería y necesito llamar a un taxi.
-Claro- Lizz sacó del bolsillo del delantal un móvil un poco antiguo y me lo dio- Iré a prepararle la mesa al señorito mientras tanto.
Asentí y marqué en el móvil mientras Lizz se iba.
-Hola, buenas- Dije cuando me contestaron- Me gustaría pedir un taxi…- Me senté en una de las banquetas de la cocina- Sí, claro, la dirección es Avenida…
No pude terminar de hablar porque alguien llegó y me quitó el móvil de la mano. No sabía a quién esperaba ver, si a Lizz, a otro sirviente o incluso a la señora Andrews, pero desde luego a Thomas no.
Thomas pulsó el botón de colgar del móvil y luego puso el uniforme (que estaba colgado de nuevo en una percha) encima de la encimera de la cocina. Su expresión no mostraba nada, ni odio, ni coraje… Nada. Lo miré sin decir nada y él tampoco habló.
-¿Qué haces?- Pregunté finalmente.
-Vuelve a ponerte el uniforme, no te he despedido.
-No ha sido necesario- Me apresuré a contestar- Yo misma he dimitido.
-No seas idiota, necesitas el dinero- Su voz seguía siendo neutral, sin emoción alguna.
-No podría trabajar en una casa en la que se me acusa de ladrona- Me levanté de la banqueta y le quité el móvil de las manos a Thomas- Ahora, si me disculpas, tengo que pedir un taxi- Y me marché sin darle tiempo a decir media palabra más.