Haz clic aquí para modificar.
ANAHÍ
Mientras recorría las carreteras de Los Ángeles a lomos de mi lujoso descapotable rojo sintiendo el aire golpeándome en la cara y el olor del mar inundando mis sentidos, coloqué el volumen de la radio a todo volumen, dejando que todo el mundo disfrutara de mi buen gusto musical al ritmo de “Sparks fly” de Taylor Swift.
Entonces el sonido de un claxon me hizo despertar y volver a la realidad, el semáforo acaba de pasar de rojo a verde y yo todavía no había reanudado la marcha en mi destartalado coche de alquiler, el cual tenía más golpes y más cráteres que la propia Luna, ¡y no hay nada que decir de la pintura blanca que estaba desconchada por casi todas partes! Tampoco creo que sea necesario decir que no era un descapotable y que mucho menos me llegaba la brisa del mar, al contrario, más bien parecía llegarme un olorcillo similar al que deja una hamburguesa cuando lleva dos o tres días guardada en una guantera… ¿Quién habría sido el cochino que había alquilado el coche antes que yo? Y obviamente tampoco necesito remarcar que no había radio en ese cacharro, ¿verdad?
Suspiré resignada, tampoco es que pudiera pedir mucho más. Después del dineral que habían invertido mis padres en la matrícula del “prestigioso” internado de California Hills, apenas nos había quedado dinero para mucho más. Para colmo yo sabía que mi padre estaba atravesando por momentos difíciles en su trabajo (aunque él nunca me lo dijera) y eso estaba afectando también a mi madre, que últimamente cada vez tenía menos pacientes en su consulta. Mi madre era psicóloga (un coñazo, porque se pasaba todo el día analizando a la gente) y mi padre era abogado de oficio (también un coñazo), así que, como comprenderéis, no estábamos precisamente montados en el dólar, ya que desde que tengo uso de razón mis padres estaban ahorrando para que pudiera ir a California Hills.
Había pensado muchas veces cómo sería ese lugar. Grande seguro que era, ¿lujoso? Bueno, seguramente, pero ¿cómo sería la gente? La única referencia que tenía era mi amiga Alice, la cual conocí cuando ambas teníamos siete años y que ha sido mi amiga desde entonces, sólo que ella se matriculó en el internado cuando empezamos el primer año de instituto y yo seguí yendo al instituto de nuestro cutre pueblo de Phoenix. Alice era adorable, la chica más dulce y buena que una persona puede encontrarse, siempre intentaba verle el lado bueno a las cosas (cosa que a veces me sacaba de quicio) y nunca le negaba la ayuda a nadie, buenas notas (nunca menos de un sobresaliente o notable alto), alta, buen cuerpo, larga melena rubia natural y grandes ojos azules. Sí, la chica perfecta, aunque según ella era la persona menos perfecta del mundo (ya, claro).
Observé el semáforo de la siguiente intersección, el cual estaba en verde, así que seguí recto y… ¡PAM! Noté una gran sacudida que hizo que me golpeara el hombro contra la ventanilla del coche y éste se paró en seco. ¡¿De dónde cojones había salido ese coche?! Me masajeé un poco el hombro antes de abrir la puerta del coche y salir hecha una furia. Lo primero que vi fue un MBW descapotable negro (¡qué ironía, ¿no?!), cuyo morro había impactado contra el lado derecho de mi cutre coche. Y entonces lo vi a él, el chico que conducía el BMW salió del coche y, sin dirigirme la mirada, se agachó y se puso a observar el morro de su BMW. Los coches seguían pasando por nuestro lado sin ni siquiera fijarse en lo que había sucedido.
-¡Venga ya! ¡No jodas!- Gritó cuando vio lo que parecía ser un pequeño golpe en la parte delantera de su coche.
-¿No jodas? ¡No jodas tú! ¡Has aparecido de la nada!
El chico se incorporó y me miró durante unos segundos.
-¡Ha sido tu cacharro el que se ha interpuesto en mi camino!- El chico me señaló con un dedo acusador.
-¡Oye, a mí no me señales!- Le aparté la mano de un manotazo y el chico abrió mucho los ojos- ¡¿Es que no has visto que el semáforo de tu carril está en rojo?! ¿Sabes? No deberían darle el permiso de conducir a ciegos, es peligroso para la conducción.
-¡Eh!- El chico dio un paso hacia mí y noté cómo se le tensaba la vena del cuello- Cuidadito con lo que dices.
Me giré y me puse a observar mi destartalado coche.
-No…- Fue todo lo que pude decir antes de volver a girarme hacia el estúpido dueño del BMW- ¡Me has roto la luz derecha del coche!
El chico soltó una carcajada.
-¿De verdad? ¿Cómo sabes que he sido yo y que no estaba ya así? Ese pequeño detalle pasaría perfectamente inadvertido con tantos…- Señaló el coche con la mano- En fin…
-¡Pero ¿qué cojones te pasa?! ¡Es un coche de alquiler, idiota!
-Entonces supongo que aparte de tener que pagarme a mí los daños, tendrás que pagárselos al tipo que te lo ha alquilado, ¿no?- El chico sonrió y tuve que hacer acopio de toda mi fuerza para no darle un puñetazo en toda la mandíbula.
-Estás como una cabra si piensas que yo te voy a pagar algo.
-Lo harás- Afirmó muy seguro de sí mismo- Además, pienso ir al médico para que me haga una revisión, creo que me ha dado un latigazo en la zona cervical- Se masajeó el cuello haciéndose la víctima.
-Tú estás muy mal… Tienes razón, deberías ir al médico para que te hicieran una revisión.
El chico sonrió con autosuficiencia.
-¡Pero de la cabeza, idiota!- Tras decir esto y ver la cara de póquer que se le quedó, rodeé mi coche y me metí en el asiento del conductor rezando porque arrancara.
Mientras ponía el coche en marcha oía los gritos del chico diciendo cosas como “¡Eh! ¡Vuelve aquí!” o “¡Me vas a pagar los daños ocasionados, estúpida!”, pero yo ya estaba demasiado lejos para escuchar sus estupideces.